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7 de enero de 2016

India: por las ciudades rosa, azul, dorada y alguna más, del Rajastán

This is indeed India! the land of dreams and romance, of fabulous wealth and fabulous poverty, of splendor and rags, of palaces and hovels, of famine and pestilence, of genii and giants and Aladdin lamps, of tigers and elephants, the cobra and the jungle, the country of a hundred nations and a hundred tongues, of a thousand religions and two million gods, cradle of the human race, birthplace of human speech, mother of history, grandmother of legend, great-grandmother of tradition, whose yesterdays bear date with the mouldering antiquities of the rest of the nations—the one sole country under the sun that is endowed with an imperishable interest for alien prince and alien peasant, for lettered and ignorant, wise and fool, rich and poor, bond and free, the one land that all men desire to see, and having seen once, by even a glimpse, would not give that glimpse for the shows of all the rest of the globe combined.

La archiconocida y todavía vigente descripción de India que Mark Twain hizo en 1897 en Following the Equator,... que yo no puedo hacer mejor.

Con las bicis aparcadas, en Katmandú, las siete horas de viaje para los 240km que separan el 
Vaca ordenando el tráfico
aeropuerto de Delhi de Rishikesh, a pesar de ser en la comodidad de un taxi, nos sumergieron rápidamente en el caos indio. El atasco para salir de Delhi, en hora punta y con algunos tramos en obras, fue fenomenal. Las impacientes bocinas no dejaron de sonar mientras todos los conductores metían el morro del coche en el más mínimo hueco, sin respeto alguno para con los otros automovilistas. Avanzábamos, como es costumbre, a una velocidad alarmante, pasando a milímetros de peatones y vehículos, que ni se inmutaban, en una mezcla de resignada confianza en el prójimo y claro descerebre. Seguimos la estela de un coche de policía que estaba escoltando a algún VIP y fueron ellos mismos quienes, entre risas y señas cómplices con nuestro chófer, nos abrieron camino en el peaje de la autopista para que, como ellos, no lo pagáramos. La propia policía. Los de la autopista hicieron ademán de pararnos, pero de aquella manera.


Bienvenidos a la India.
Baño en el Ganges en Haridwar antes de que lleguen las hordas
La India ha cambiado desde mi primera visita, hace ahora unos 25 años. Obviando cuestiones más trascendentales, por las calles lo que uno ve ahora es más clase media: clase media con un móvil con el que sacan millones de fotos sin parar; clase media con un coche, que, a golpe de claxon, se asegura de que todo el mundo se entere de que lo tiene, mientras circulan a toda pastilla por más y mejores carreteras; clase media que hace turismo por su país, un turismo local que no es el más silencioso ni respetuoso del mundo, me temo; clase media obesa, gente de cualquier edad que come más y peor, que no ha hecho ejercicio en su vida y que no puede subir las escaleras de un fuerte o de un palacio sin quedarse sin resuello. 

Pero otras cosas no han cambiado mucho: el fenomenal caos, la desorganización con mayúsculas, los millones de preciosos templos con los millones de dioses, la increíble y omnipresente suciedad, las sonrisas fáciles, el sempiterno ruido ensordecedor, los intensísimos olores y sabores, la excelente y 
Palacios y observatorios astronómicos en Jaipur
variada comida, el decrépito transporte, las miradas curiosas, el "autismo" de los indios (ya se puede hundir el mundo que yo voy a lo mío),... en fin, todas esas cosas que hacen de la India ese país tan desesperante, cabreante, diferente, atractivo, apasionante, divertido.

Una vez en Rishikesh, Bego se centró en cuerpo y alma en su curso de yoga, practicando asanas, estudiando filosofía y anatomía y hasta haciendo deberes aplicádamente sobre todo ello. Y disfrutando un montón, además de ponerse fuerte y flexible. Cuando volvamos a pedalear me voy a tener que aplicar yo también para que no me deje atrás... Para no despistarla en tan noble tarea, decidí pasar unos días por el Rajastán, más que nada para comprobar si las ciudades que visité hace tantos años seguían en su sitio...
La ciudad rosa de Jaipur
De camino paré en Haridwar, una ciudad santa situada ahí donde el Ganges deja los Himalayas y entra en el valle que lleva su nombre. Como ciudad santa y de peregrinación que es, está llena de tullidos, mendigos y menesterosos. Está, además, todo en obras, en preparación para la gran peregrinación que ocurre cada seis años y dura cuatro meses, la Ardh Kumbh Mela. Hay otra aún más importante cada doce años, pero en esta de todas formas se esperan millones de peregrinos, todos preparados para raparse la cabeza y, sin ningún recato sumergirse en paños menores  en las -todavía cerca del nacimiento- limpias, frías y rápidas aguas del Ganges. Tan rápidas son, que en los puentes aguas abajo cuelgan cadenas hasta el ras del agua para que los que les haya arrastrado la corriente puedan asirse a algo antes de aparecer en, no sé, Varanasi.
El fuerte de Amber
Tras una noche de congelada vigilia en el bus -¿he dicho ya que estoy encantado de viajar normalmente en bici y no en transporte público?-, el día en Jaipur fue un deambular un tanto mecánico, sonambulesco, entre palacios, templos y bazares en la ciudad rosa y fuertes como el de Amber, fuerte al que accedí a pie como un pobretón y no en un flamante elefante como manda la tradición.
Amanecer monísimo
La siguiente etapa, Pushkar, es uno de esos lugares que no tiene ningún monumento grandioso en particular, pero que disfruta de un ambiente especial que atrae a la peña, gran parte de la cual es del género "iluminado". No voy a abundar en la descripción de este grupo, ya os hacéis una idea. Mucho israelí, argentino y bastante español entre los viajeros, todos ellos devoradores de muesli, lassi y panqueques de plátano. El lago sagrado de Pushkar está rodeado de 52 ghats desde donde la gente hace sus abluciones; desde uno de ellos las cenizas de Ghandi fueron diseminadas en sus aguas. Asimismo 400 templos lo rodean, de tal forma que no es de extrañar que el lago siga teniendo ese toque mágico, especial, sobre todo al atardecer, cuando muchos acuden a sus orillas a cantar sus pujas o ceremonias y rezos, a depositar sus ofrendas en el lago, o simplemente a disfrutar del anaranjado sol a punto de esconderse. Maravilloso, ¿no?
Pushkar
Bueno, nada es cien por cien maravilloso en la India. Siendo sagrado, uno debe descalzarse para pasear por las orillas del lago. Desgraciadamente, incontables palomas, ocas, zancudas, murciélagos, vacas, perros, monos y algún que otro cerdo peludo también se pasea por ahí, abonando concienzudamente el lugar, así que tras caminar por ahí uno debe pasarse la rasqueta por la planta de los pies, no vaya a ser que se le pudran.

Udaipur y 007
Siendo el atardecer una preciosidad, uno de los mejores momentos del día, como casi siempre, es el desayuno. Además de por los motivos obvios -un buen bol muesli con fruta fresca, yogur y miel, acompañado de un rico café con leche- en la terraza del hotel las tortugas campan por sus respetos y, alrededor de ella, docenas de monos saltan sin miedo alguno de una terraza a otra, haciendo piruetas, jugando, peleándose, en un espectáculo que uno puede mirar durante horas.

Y de Pushkar a Udaipur. Siempre he pensado, y no creo ser original, que muchas de  las ciudades más bonitas son aquellas que combinan el agua en su geografía: Venecia, Río de Janeiro, Sidney, San Francisco, Estambul, Ciudad del Cabo, Donosti (eeeehhh!). Udaipur tal vez no esté a su nivel, pero no en vano algún británico de los tiempos coloniales la bautizó como el lugar más romántico de India. Tanto que Octopussy (por cierto, vaya nombrecito)una de las pelis de Bond, James Bond, se filmó aquí. Desde luego, una preciosidad de sitio.

Mercado de Jodhpur
En Jodhpur, la ciudad azul, aún más atractivo que su grandioso y muy bien presentado fuerte es su mercado. Bastante turístico -de esos en los que me dicen (y a la mayoría de vosotros no porque, admitámoslo, sois unos pigmeillos) "Long man, long life!"-, pero muy auténtico al mismo tiempo. Porque, a pesar de la magnificencia de los monumentos y la belleza de sus templos, los mercados siguen siendo la joya de la corona en la India. Es como si el tiempo se hubiera parado en ellos. Siguen organizados en gremios, se siguen viendo planchadores en la calle planchando con planchas de hierro, máquinas de coser propulsadas con balancín, lavanderas lavando a mano, peluqueros y barberos con los "tronos" en mitad de una calle o plaza, limpiadores de orejas, músicos, cantantes, encantadores de serpientes. Y desde luego, el zoológico callejero sigue ahí, con guarrísimas y omnívaras vacas, cerdos peludos y no menos guarros, elegantes aunque flatulentos dromedarios, sarnosos y cojos perros, tenebrosos y sombríos buitres y cuervos, sobrecargados caballos y asnos, majestuosos elefantes y sus compañeras las omnipresentes ratas,..
Color

En estos mercados muchas mujeres y, en menor medida, los hombres, siguen vistiendo ropas tradicionales, lo cual es un regalo para la vista. Ellos visten de blanco, pero sus turbantes multicolores lo compensan sobradamente; colores y decorados que en occidente tal vez sean más femeninos, de color rosa, con flores,.., les quedan genial. Los colores tienen su significado y varían según la ocasión, la estación, la fiesta, la clase social, etc. El azafrán es el color más importante, sagrado, vestido en las ocasiones especiales. Suelen mostrar también unos bigotes majestuosos.

Ellas son un espectáculo. Curiosamente, cuanto más pobre es la mujer, más enjoyada y colorida va. Vestidas con saris de colores que tan bien les quedan sobre esas pieles oscuras, y que nadie en occidente se atrevería a combinar, mostrando aros y joyas donde pueden: en brazos y muñecas, tobillos y dedos de los pies y manos, en la nariz, en las orejas, amuletos para el cuello. Los ojos pintados de negro, los labios carmín, henna para pintarse manos y pies, bermellón para la tika de la frente, flores para el cabello,...

Aunque no lo parezca, el tipo es de verdad
(Desgraciadamente, como digo nada es perfecto en la India. esa estética imagen de elegancia en ellos y ellas se rompe cuando escupen -continuamente- o se suenan con las manos, hacen sus necesidades en cualquier lado, tiran la basura al suelo,... Corramos un tupido velo: mejor quedarse con la primera imagen de elegancia...)

De Jodhpur a Jaisalmer, a unos 100km de la frontera con Pakistán, en otra paliza de viaje en autobús. Por cierto, que lo de los autobuses es algo misterioso. Aunque el bus no indique el destino, no esté estacionado en el lugar adecuado, no aparezca el nombre de la agencia de viajes por ningún lado -ni de la agencia vendedora del ticket ni de la del bus-, las peticiones de información por parte del inocente turista sean respondidas con simples movimientos de cabeza. No sé como, pero uno se acaba montando en el autobús correcto. Una vez dentro, en fin, todos los buses no van llenos, sino llenísimos. Son del tipo que vienen con literas, la gente se desparrama por todas partes, pasillos, camas, a veces tres por asiento y cinco por cama, no es raro que la gente vomite, pero no importa, se sientan junto al vómito y sin problemas, como ganado...
Fuerte de Jaisalmer

Jaisalmer, la ciudad dorada del desierto, un lugar en el que puede pasar siete años sin llover y que tiene un toque mágico, tal vez por la costumbre de consumir bang, o marihuana. Mucho turista, pero de todas formas es un gusto pasear por su fuerte y visitar los havelis, algo así como casas señoriales, los templos jainitas con su esvástica, los palacios…

Un antropólogo estadounidense, Edward Hall, fue el primero en demostrar la correspondencia que hay entre la distancia que mantienen las personas cuando hablan y la relación que existe entre ellas. Afirma que la distancia social que media entre las personas que no se conocen va de uno a tres metros y medio. Ese antropólogo, que subrayaba que estas eran unas distancias universales y que las variaciones de una cultura a otra eran mínimas, claramente no había estado en Bikaner. O en cualquier lugar de la India. O en China. O en África. Vamos, que aunque su biografía asegura que viajó por medio mundo, yo creo que realmente no salió nunca de su EEUU natal.

Jaisalmer
A fe mía que todos y cada uno de los algo más del medio millón de habitantes de Bikaner estaban a mi alrededor en la parte vieja de la ciudad. ¿Tal vez yo los conocía a todos y por eso estaban tan cerca de mí? ¿Tal vez de hecho fueran mis parientes? No sé, pero cuánta gente hay en India y qué cerca están... La visita al imponente fuerte tampoco me dio mucha paz, rodeado como estaba de grupos de turistas y sus vociferantes guías. Pero Bikaner, otra ciudad del desierto como Jaisalmer, merece la pena, ya lo creo.

Y de ahí, en otra noche toledana de autobús, vuelta a Rishikesh, en donde permaneceremos hasta mediado de enero. Pero Rishikesh merece una entrada aparte..

Un abrazo y feliz año...

Viajando "lujosamente" en las literas de los buses indios, literas en las que evidentemente, yo no cabía

Jaipur, pronto por la mañana, antes del caos diario

Jaipur, la ciudad rosa
Yo creo que los escultores se metían alucinógenos
El elefante en el que NO me monté para subir al fuerte de Amber
Y en este, tampoco 
Detalle de un templo -a saber cuál- en Jaipur
¿He mencionado las vacas de Pushkar?
Puesta de sol en el lago de Pushkar
Uno de los muchos templos de Pushkar
Mercados
... y sus productos. En este caso, pan tostado
La ciudad azul de Jodhpur
El fuerte de Jodhpur
La ciudad azul de Jodhpur...., o azulada
Supuestamente el mejor lassi de India. Estaba rico, pero no sé si tanto
De compras con estilo
Casas señoriales
...y templos
Turbantes "prêt-à-porter"
El fuerte/palacio de Bikaner por fuera (más fuerte que palacio)
... y por dentro (más palacio que fuerte)
Son flatulentos..., pero supongo que tienen su uso
Y, si no, vas en rikshaw

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